Un policía griego en Kastaniés: «Por este puesto fronterizo no pasa nadie desde el viernes»

«Aquí no pasa nadie, ni con documentos de viaje legales desde el viernes por la noche». Lo dice tajante el policía griego con uniforme impoluto que está delante del puesto fronterizo de Kastaniés, famoso desde el pasado viernes cuando comenzaron a llegar miles de personas a sus proximidades en autobuses y taxis que querían entrar en Grecia y continuar su viaje al resto de Europa.

Los que consiguieron colarse y fueron detenidos son de otros países menos de Siria, y tras estar residiendo en Turquía durante meses o años recibieron mensajes en sus móviles asegurándoles que la frontera turca estaba abierta, que podían pasar por Grecia y seguir su viaje. Muchos se han manifestado desesperados y lo siguen haciendo algunas horas al día tirando piedras a la Policía, los militares y los antidisturbios griegos que vigilan y contestan con gases lacrimógenos.

También les caen encima gases lacrimógenos turcos, los que suelen utilizar las fuerzas del orden del país vecino. Desde la madrugada del sábado pasado hasta las 18.00 horas de día de ayer, se había rechazado la entrada ilegal a 26.532 personas y se detuvo a 218 que consiguieron colarse en territorio heleno. Se dice que muchos bajan andando hacia Alexandrúpolis, siguiendo el río Evro y otros se devuelven a Estambul o permanecen en la ciudad de Adrianópolis (Edirne en turco) ubicada a ocho kilómetros de la frontera.

Kastaniés, un pueblo pequeño y pacífico que está al lado de la frontera turcogriega es limpio y modesto, menos de mil habitantes, educados y algo reservados como lo son la gente del norte del país. La señora Rula, sentada tomando café ayer por la mañana con sus amigas, muy contenta de que el pueblo se fuera llenando de cámaras y periodistas, más que otros días, porque venía el primer ministro Kiriakos Mitsotakis «por primera vez como presidente del gobierno» con «unos europeos que vienen a apoyarnos».

A pocos metros, al lado de la Iglesia de San Jorge, unos empleados municipales estaban encalando partes del centro cultural, donde Mitsotakis junto con la plana mayor europea (la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen, el presidente del Consejo Europeo Charles Michel y el del Parlamento Europeo, David Sassoli, el vicepresidente de la Comisión Margaritis Schinas y el primer ministro de Croacia Andrej Plenkovic y su ministro de Exteriores) hicieron declaraciones pronto por la tarde. Eso sí, tanto ellos como sus acompañantes estaban algo despeinados, porque habían sobrevolado en helicóptero la frontera con Turquía (la mayor parte es frontera fluvial, divididos los dos países por el río Evros).

Buena acogida
Tras las declaraciones, transmitidas en directo y sin preguntas después, todo el pueblo salió a la calle, intentando ver a Mitsotakis entre sus invitados europeos. Se le veía porque es casi tan alto como su padre, que medía 1.90. En un claro mensaje de apoyo y solidaridad europeo, Mitsotakis consideraba que su deber es velar por la soberanía de su país: «Grecia protegió y seguirá protegiendo sus fronteras y el intento de Turquía de ayudar a millares de refugiados e inmigrantes a entrar de forma ilegal en nuestro país ha fracasado y seguirá fracasando si continúa con esta estrategia», dijo. En esta zona, tradicionalmente conservadora y nacionalista, todos los presentes consideraron que «Kiriakos lo hizo bien». Le llaman Kiriakos, su nombre de pila (Domingo) para distinguirlo de su padre, Kostas, también primer ministro entre 1990 y 1993 y presidente del partido Nueva Democracia .

En este pueblo la gente, cuando ve a un inmigrante ilegal, no se preocupa. Sabe que se irá pronto, hacia Tesalónica y Atenas y que no intentará robar ni hacer daño, y muestra de ello es que la gente sigue dejando sus casas abiertas. «Si no se va, se lo lleva pronto la policía». Y la señora Karatzas, con marido jubilado en el pueblo y buen inglés porque vivió en Australia, cuenta como por la noche de hace dos días pasaron delante de su puerta unos afganos y otros somalíes. Se los llevó detenidos la policía. Los locales saben también que aunque los vean por la carretera no los pueden recoger: podrían ser acusados de tráfico de personas. Hasta los taxistas necesitan ver sus documentos y solo pueden transportar a los que son legales y pueden moverse por el país. Si no les espera días de detención, juicio y multa o cárcel. Nada que ver con el rechazo de la población local en muchas islas y en ciudades donde hay campamentos de personas que han solicitado asilo: la generosidad y solidaridad del 2015 se ha ido gastando y ahora la mayoría quiere que se vayan de vuelta o a otros países europeos, porque en Grecia, después de la crisis, «no hay nada para ellos».