Pero Trump es Trump, y en su convalecencia fue más un león enjaulado que otra cosa, negándose a pasarle el testigo aunque fuera durante unos minutos a su leal y disciplinado vicepresidente. En tres días estaba ya de vuelta en la Casa Blanca. Pence, tras el ingreso del presidente en el hospital militar Walter Reed, había anunciado que había dado negativo en la prueba de coronavirus y que por tanto mantenía sus actos de campaña y el debate programado para este miércoles por la noche en Utah.
Desde que Trump se hizo con la candidatura del Partido Republicano en 2016, Pence fue una especie de última esperanza de muchos conservadores convencionales. Era alguien, pensaban, capaz de poner coto a los instintos más heterodoxos del candidato, un republicano al uso, sin estridencias, con la experiencia de haber sido gobernador de Indiana entre 2013 y 2017.
Pero pronto descubrieron Pence y los republicanos en el Capitolio que nadie podía poner coto a Trump. La influencia del vicepresidente en la administración ha sido mucho menor de lo habitual. No es un Dick Cheney con George W. Bush, poder en la sombra, y ni siquiera es un Joe Biden con Barack Obama, un asesor franco y escuchado. En el puesto, Pence se ha convertido en un leal soldado, alguien que cumple órdenes y defiende a capa y espada a su jefe.
No es que haya estado alejado de los peligrosos focos de la polémica. En una era en la cual en EE.UU. abundan los reportajes con fuentes anónimas, muchas han sido las supuestas exclusivas de que, ante las estridencias de Trump, su gabinete pensó en declararle incapaz por la fuerza, echarle de la Casa Blanca y poner a Pence en su lugar. El vicepresidente las ha negado todas.
De todos modos, grande es el contraste entre Trump y este hombre de fe inquebrantable, fuertes valores cristianos e intenso conservadurismo, famoso hasta hace unos años por no tener reuniones con mujeres a solas y a puerta cerrada.
Son en realidad como el agua y el aceite, unidos mientras dure el gobierno. Sabe Pence, además, que no fue primer plato. En un reciente libro, Rick Gates, empleado de la campaña de Trump en 2016, reveló que entonces este quería hacer candidata a la vicepresidencia a su hija Ivanka. Solo cuando se dio cuenta de que aquello era imposible, se conformó con el premio de consolación.