Las milicias han vuelto a las portadas esta semana, después de que un grupo de personas vinculadas a una de ellas fueran acusadas de planear el secuestro a la gobernadora de Michigan, la demócrata Gretchen Whitmer, y de buscar derrocar su gobierno y desatar una guerra civil.
Su enfrentamiento con Whitmer se remonta a la primavera, cuando la gobernadora impuso restricciones y confinamiento para controlar la expansión de la pandemia de Covid-19 en el estado, y las milicias y otros grupos de extrema derecha organizaron protestas. Entre otras acciones, entraron con sus armas en el Capitolio del estado.
Su presencia en las calles de EE.UU. se ha intensificado este verano en las protestas tras la muerte de George Floyd y Breonna Taylor, los últimos casos de abusos policiales contra la minoría negra. En muchas ciudades, aparecieron grupos de milicianos, armados hasta los dientes, con ropa militar y banderas y enseñas de signo antigubernamental. Aseguran que su participación es para «mantener el orden, proteger la propiedad y defender la constitución». El resultado es que su presencia dispara la tensión: un integrante de una milicia, de 17 años, mató a dos personas e hirió a una tercera en los disturbios de Kenosha (Wisconsin) a finales de agosto. Pocos días después, en Portland (Oregón), una de las ciudades que más disturbios han sufrido este verano, un miembro de un grupo de extrema derecha murió por los disparos de un hombre que dijo que estaba para defender a los manifestantes.
«Grupos de odio»
Las milicias tienen su origen en un sentimiento antigubernamental tan antiguo como el propio EE.UU.: la idea de que cuanto menos Gobierno haya, mejor, también para la defensa personal y de la propiedad. Son normalmente grupos de tendencia ideológica de extrema derecha -muchos de ellos están registrados como «grupos de odio» por el SPLC, una organización de derechos civiles dedicada a estudiar el extremismo- y de mayoría blanca -aunque también hay milicias negras, como la que paseó el mes pasado por las calles de Louisville, en Kentucky, y en la que uno de sus miembros acabó herido por un disparo accidente de un compañero-.
La mayoría son grupos pequeños, organizaciones locales, cuya actividad se ha evidenciado con las protestas. La que participó en el plan para secuestrar a Whitmer se denomina «Vigilantes lobeznos». Su presencia y número de miembros es mayor en estados de signo republicano y de carácter rural, aunque se esparcen por todo el país.
También hay milicias con organización a nivel nacional. Entre ellas, están los Oath Keepers, que han engrosado sus filas con miles de exintegrantes de las fuerzas de seguridad y del Ejército; y los Three Percenters, una referencia a los rebeldes que combatieron contra la metrópoli británica en la Revolución Americana: aseguran que ese es el porcentaje de la población que se echó a las armas.
La presencia de las milicias se disparó en los años 90, tras enfrentamientos armados entre fuerzas de seguridad y civiles en episodios que cautivaron la atención de EE.UU., como los de Ruby Ridge y Waco. Surgieron grupos de milicianos por todo el país, siempre con la base de proteger la Segunda Enmienda y combatir los abusos del Gobierno.
Las autoridades los combatieron con fuerza y a comienzos de este siglo y muchos se debilitaron. La emergencia del Tea Party, la elección de Barack Obama y la crisis financiera de 2008-2009 provocaron un resurgimiento de las milicias. Ahora, aunque siguen siendo antigubernamentales, muchas ven en Donald Trump un aliado. «¡Liberad Michigan!», proclamó en Twitter el presidente de EE.UU. cuando los grupos armados entraron en el Capitolio de Michigan.
El supremacismo blanco
En aquella ocasión, junto a esos milicianos aparecieron otros grupos extremistas, como neonazis y los Proud Boys, una organización violenta que asegura que vela por mantener «los valores de Occidente», aunque rechaza ser racista. En el primer debate entre Trump y su rival demócrata, Joe Biden, el presidente fue dubitativo a la hora de condenar el supremacismo blanco y a las milicias que lo apoyan, dijo que donde hay más violencia es en los grupos de extrema izquierda y cuando se le pidió que condenara a los Proud Boys su respuesta fue: «Dad un paso atrás y permaneced listos».
Trump tiene un historial de dar alas y condenar al mismo tiempo a grupos radicales como las milicias y los grupos supremacistas. En los últimos meses, además, se ha negado a comprometerse a aceptar el resultado que den las urnas que no sea su victoria, lo que justifica por el «fraude» que supone el voto por correo.
La combinación de la tensión por las restricciones del confinamiento -el uso de la mascarilla, por ejemplo, se ha convertido en un asunto identitario en EE.UU.-, la violencia de las protestas y la incertidumbre en el proceso de recuento de las elecciones han convertido a EE.UU. en un polvorín, azuzado por la actitud beligerante de las milicias, de otros grupos de extrema derecha y del movimiento ‘antifa’, los radicales de extrema izquierda.
Un análisis reciente del FBI concluye que la violencia extremista «de todo el espectro ideológico continuará con conspiraciones contra el Gobierno y contra el proceso electoral». Según el cuerpo de seguridad, esas amenazas «se incrementará con la proximidad de las elecciones».