Lo ocurrido en 2015 no se puede olvidar tan fácilmente. Las terribles fotografías de niños muertos, el caos de más de un millón de personas (la mayoría musulmanes) en búsqueda de refugio en el Viejo Continente, el cuestionamiento de políticas europeas que se suponían decisivas, el desbordamiento de Alemania con profundas fracturas políticas, además del terreno abonado para el auge del nacional-populismo acumulado en toda clase de elecciones.
Durante estos cuatro años, tras subcontratar el problema a Turquía en un acuerdo del que ahora reniega Erdogan por el supuesto incumplimiento de Bruselas, la Unión Europea se ha limitado a comprar tiempo pero son mínimos resultados. Este desesperado margen de maniobra no ha servido para formular una coherente política común de migración y asilo. El único consenso claro es que nadie en Europa desea la entrada masiva de inmigrantes ni tampoco una nueva crisis de refugiados.
Por supuesto, esta cínica posición compartida representa una incomodísima contradicción ética con respecto a los principios y valores asumidos por la Unión Europea a la hora de proteger los derechos humanos, empezando por la dignidad y el derecho a encontrar asilo bajo el derecho internacional. En cualquier caso, una vez más está quedando en evidencia la incapacidad europea para implicarse más allá de sus fronteras, pensar en términos estratégicos y hablar efectivamente el lenguaje del poder.