Chipre y Grecia, que mantienen un pulso con Turquía por los límites territoriales en el Mediterráneo oriental y la explotación de nuevos yacimientos de gas, son miembros de la Unión Europea. Pero no tienen suficiente peso, y hoy por hoy se impone la «realpolitik» de la canciller Merkel: nada de sanciones ni de choques directos con Turquía, más allá de las admoniciones que solo parecen jalear al presidente Erdogan.
No llegará aún la sangre al río, ni ha llegado el momento de dramatizar en las relaciones con Turquía, como hizo esta semana el primer ministro armenio, para quien su país constituye uno de los valladares de la Europa cristiana frente al mundo musulmán. «Si caemos, Europa debe esperar toparse con Turquía junto a Viena», ha dicho Nikol Pashinian. Es bien conocido que el cruasán y su forma de media luna se remontan a la Viena del siglo XVII. Durante el segundo sitio de la capital de Austria por los turcos, los panaderos, que trabajaban por la noche, oyeron cómo los enemigos excavaban un túnel para entrar en la ciudad y dieron la alarma. En agradecimiento a su acción salvadora, se les ofreció elaborar un pan dulce con forma de media luna, el símbolo del islam. La historia es políticamente incorrecta así que es mejor perder memoria.