Las líneas rojas que EE.UU. no cumplió en Siria

La guerra en Siria se convirtió en un problema imposible de resolver para Estados Unidos desde que Barack Obama le marcó al régimen de Bashar al Assad una línea roja que este ignoró en repetidas ocasiones sin ninguna represalia por parte la primera potencia mundial. En 2012, el entonces presidente norteamericano advirtió al régimen sirio de graves represalias si empleaba armas químicas. Las usó, no una sino varias veces, sin ninguna consecuencia.

Es más, la intervención de Rusia, que llegó al conflicto primero como mediador y luego como aliado militar de Damasco, le está permitiendo a Al Assad acabar victorioso un conflicto que pronto cumplirá una década.

Para el actual presidente, Donald Trump, el conflicto sirio es un ejemplo de lo que en campaña llamó «eternas guerras sin sentido», a las que prometió poner fin una vez llegara al gobierno. Mientras se le ha resistido negociar la salida de Irak y Afganistán, el presidente dio en octubre la orden de repliegue del norte de Siria, dejando a los kurdos, aliados de Washington, a merced del avance de Turquía.

La cúpula del Pentágono sólo ha sido capaz de convencer a Trump de que deje unos cientos de soldados en Siria con la excusa de que son necesarios para que unos campos petrolíferos no acaben en manos de Rusia o del régimen sirio.

La excusa de Trump
«Nos estamos quedando el petróleo, sólo por eso estamos ahí», suele decir el presidente en sus mítines, como una excusa de por qué el repliegue de Siria no es completo. Lo cierto es que es ilegal que un país envíe tropas a otro para apropiarse de sus recursos naturales, y los soldados norteamericanos no sólo se encargan de vigilar campos de crudo.

El mes pasado una guerrilla afín al régimen de Al Assad atacó en un puesto de control en el noreste del país a un convoy de las fuerzas armadas norteamericanas. Las imágenes que luego difundió la agencia estatal de Gobierno sirio mostraban a unos milicianos disparando y apedreando a unos vehículos acorazados con la bandera estadounidense. En ese vídeo los soldados norteamericanos se defienden y devuelven fuego, matando a un sirio e hiriendo a otro.

Durante años no ha quedado claro en Washington cuál era el mal menor en Siria, si un régimen acusado de delitos de lesa humanidad apoyado a la vez por Irán y Rusia o una mezcla de guerrillas islamistas que llegó a Siria del vecino Irak ondeando la bandera del Estado Islámico y retransmitiendo por internet brutales asesinatos de periodistas y cooperantes, varios de ellos norteamericanos.

En el eterno paisaje cambiante de Oriente Próximo, EE.UU. ha compartido enemigos con sus propios enemigos, y en un punto incluso se vio caer del lado de Rusia, Irán y Damasco en su campaña contra los yihadistas del Daesh, que crearon su «califato» en una tierra de nadie entre Irak y Siria.

Una vez este grupo islamista ha quedado doblegado, muerto su líder en Siria en una operación norteamericana, Trump ha decidido lavarse las manos y retirarse, lo que finalmente supone una victoria para Al Assad y para Rusia, que tiene en la costa mediterránea de Siria una de sus bases navales más importantes.

Turquía tiene sus propios intereses, y ve con recelo el avance del régimen de Al Assad sobre Idlib, otro de los bastiones de la oposición siria. Hubo un tiempo en que la comunidad internacional negociaba con unos rebeldes moderados apoyados por Turquía que en teoría estaban a punto de marchar sobre Damasco para crear en Siria un régimen democrático. EE.UU. también les apoyó en su momento, pero como muchas de las promesas hechas en Siria, estos han quedado en el olvido.