Dentro de esta evolución del discurso electoral en EE.UU., la construcción de mitos habría terminado por convertirse en la clave para competir con éxito por la Casa Blanca. Con la brillante elocuencia que despliega en el «New York Times», David Brooks lo ha explicado así: «Los candidatos presidenciales exitosos son creadores de mitos. No sólo cuentan una historia. Cuentan una historia que ayuda a dar sentido al momento actual; que divide a la gente en héroes y villanos; que nombra un desafío central y explica por qué ellos son la persona perfecta para afrontarlo».
En 2016, Trump ganó porque fue capaz de canalizar su nacional-populismo a través de un mito no precisamente original pero que resonaba, y todavía resuena, entre un porcentaje suficiente de votantes. Esta leyenda, simple pero que todo lo tapa, se centra en la maléfica existencia de élites tan cosmopolitas como avariciosas empeñadas en arruinar a EE.UU., cuestionando sus valores tradicionales e identidad blanca.
Ante la segunda parte de 2016, Sanders se abre paso en las primarias del Partido Demócrata con su propio mito, que tampoco es exactamente original pero sí muy polarizador. En su versión izquierdista del nacional-populismo, el senador fabula sobre las élites empresariales y financieras como monstruos insaciables que monopolizan la riqueza nacional y oprimen a las familias trabajadoras. En comparación, como señala David Brooks, los otros aspirantes demócratas solo ofrecen buenos argumentos pero nada de mitos convincentes.