Juegos de guerra

Vladimir Putin y Tayip Erdogan, en sus papeles de zar y sultán redivivos en pleno siglo XXI, llevan meses desconcertando a los analistas con su extraña relación de amor-odio en los negocios internacionales. Siria es su escenario favorito, aunque no el único. El juego táctico, envuelto en guante de seda, suele ser el siguiente: Putin y Erdogan se intercambian en público expresiones de admiración y afecto, al día siguiente sus tropas llevan a cabo algún golpe demoledor contra los aliados del otro, lo que provoca una urgente conferencia telefónica entre los palacios de Moscú y Ankara, llamadas a la calma y a la conciliación, y otra cita en la intimidad –como la de ayer en el Kremlin– para que quede constancia de la química y la corriente de simpatía existente entre los dos.

La admiración mutua es, quizá, sincera: ambos tienen un gran sentido del poder y del uso de la fuerza, y cultivan en su imaginario los viejos imperios que hicieron temblar a Europa. Pero es obvio que sus intereses no coinciden, y se vigilan con el rabillo del ojo. Solo les une el enfrentamiento con Estados Unidos –para Europa reservan el desdén–, lo que explica la excelente relación de Putin y Erdogan con los regímenes bolivarianos «antiimperalistas», en particular el de Venezuela. El líder turco ha sido recibido con alfombra roja en Caracas, y Maduro se siente en el Kremlin como en su propia casa.

En Oriente Próximo, en cambio, se enseñan los dientes. Putin dio luz verde a la entrada del Ejército turco en el norte de Siria solo cuando se produjo la retirada de EE.UU.; a continuación pidió a los kurdos que pactaran con Al Assad, el dictador hoy «títer» de Putin, y plantó cara militar a los turcos. Ni Rusia ni Turquía tienen en realidad una solución para la guerra civil siria: su única preocupación parece ser evitar la victoria del rival, mantener vivo el statu quo, y sacar el máximo rendimiento de sus posiciones privilegiadas en el conflicto.

Algo similar ocurre en la guerra civil de Libia, el otro choque por poderes entre Rusia y Turquía por el control de la región. Ahí Europa se reserva el pago de la factura.