Tayyip Erdogan, favorito para la segunda vuelta de las presidenciales turcas de este domingo, terminó su campaña electoral el pasado mes de mayo dirigiendo un rezo multitudinario en la basílica de Santa Sofía de Estambul -reconvertida en mezquita-, y ha dicho que repetirá ese gesto si renueva mandato. La monumental basílica bizantina, reconvertida por segunda vez en templo musulmán en 2020 por Erdogan, se erige así en el símbolo del proyecto islamista del líder turco, y materializa -más que ninguna otra ley o decreto de sus veinte años en el poder- la intención del dirigente del partido AKP de recuperar el sultanato y poner la religión al servicio del Estado. Como ya hizo su lejano predecesor, el sultán Mehmet II en 1453 , tras la conquista de Constantinopla, Erdogan ordenó hace tres años recubrir los miles de metros cuadrados de frescos y mosaicos de la monumental iglesia, para cumplir con las normas iconoclastas del islam. En su día, Mehmet no se atrevió a destruir los bellísimos frescos y los cubrió con yeso. Tras la caída del imperio otomano el siglo pasado, y la transformación de la basílica en museo por parte del nuevo Estado turco de corte secular, algunos de estos frescos fueron liberados del revestimiento que los cubría. Noticia Relacionada estandar No Erdogan ve más cerca su victoria en medio de las denuncias de fraude de la oposición Mikel Ayestaran Kilicdaroglu, líder opositor, pide que no se pierda la esperanza: «Tenemos 12 días para salir de este túnel oscuro» La decisión de Erdogan de volver a convertir Santa Sofía en mezquita ha llevado a tapar de nuevo los frescos, esta vez con sábanas o juegos de luces. El islam respeta a Jesús como profeta -inferior a Mahoma- pero prohíbe toda representación figurativa de lo religioso por considerarla idolátrica. La decisión de convertir en mezquita el museo de Santa Sofía -en el que desde 1934 se podían admirar tanto los milenarios frescos bizantinos como los elementos más recientes de arte islámico- fue muy polémica en el interior de Turquía y recibió críticas por parte de las instituciones internacionales -desde el Vaticano a la ONU-. Pero no ha tenido apenas impacto en las relaciones de Occidente con el régimen turco de Erdogan. La abulia occidental ha dado aliento al líder islamista turco para dar un paso más: ponerse al frente de la oración en Santa Sofía para celebrar sus éxitos políticos. Cuando el Gobierno de Erdogan tomó su decisión de reconvertir Santa Sofía en mezquita, aludió al caso de la mezquita-catedral de Córdoba, convertida en iglesia en el siglo XIII. Una diferencia clara estriba en el hecho de que la arquitectura original del templo cordobés está hiperprotegida, y es monumento de la Humanidad, mientras que la iconoclastia amenaza a Santa Sofía. El régimen islamista turco no pretende además librar ningún pulso religioso o de lucha de civilizaciones con Occidente, sino humillar a la mitad de su población que se siente secular y prooccidental.