A partir del 1 de marzo, con la vuelta al cole, a la oficina, al supermercado y al buzón de pago de las cuentas del día a día, las empresas y los argentinos empezarán a enterarse de la «verdad de la milanesa». Es decir, de para qué sirve «la plata» que tienen en el bolsillo, de cuánto se ha perdido con el motor en marcha de «la maquinita» de imprimir billetes, de cómo va a quedar el temita de repatriar beneficios de las multinacionales que tengan alguno, de las tarifas de servicios públicos, de las leyes «solidarias» y del nuevo precio del dólar, su verdadera moneda.
Fernández presidente, hábil como si fuera peronista de toda la vida, de momento ha logrado que hasta los nac & pop (nacionales y populares) que tiene, dentro y fuera del Gobierno hablen del FMI sin vomitar por las esquinas. También, que el organismo que tiene con Argentina la mayor deuda contraída le haya echado un capote (que cubre a los dos) al advertir que la reestructuración de la deuda necesita, para empezar a hablar, un tijeretazo del 30 por ciento. Es lo que se llama quita o poda, según quién lo explique. El discurso contra «el imperio» parece ceder el paso al pragmatismo para, en esta eterna crisis, evitar caer en otra cesación de pagos.
Desde la trinchera de la oposición, Mauricio Macri flamante presidente ejecutivo de la Fundación FIFA por «su experiencia como líder una gran nación», describió Gianni Infantino (debió olvidar los goles que encajó su Administración), insiste a los suyos en que se muerdan la lengua cuando critiquen al Gobierno Fernández en materia económica. El consejo es bueno porque su sucesor, al menos por ahora, hace con el FMI lo mismo que le habría tocado a él de haber logrado la reelección: negociar. No queda otra.