Si los demócratas se hubieran tomado en serio la necesidad de mostrarse unidos y elegir un candidato centrado y joven, hoy estaríamos más cerca de echar al olvido la amenaza global que supone Trump. Pero han desaprovechado la oportunidad de convertir las primarias en una gran plataforma desde la que proponer una alternativa atractiva. El duelo entre Sanders y Biden es el fracaso de un partido que no ha hecho autocrítica desde Hillary Clinton, con su combinación de arrogancia tecnocrática y su deriva hacia la política de identidad.
El senador de Vermont tiene algo de réplica de Trump, contrapone la gente con la elite e identifica política e insurgencia. La resurrección de Biden tras el supermartes es la reacción torpe y tardía del establishment demócrata. El vicepresidente de Obama carece del optimismo, la energía y la capacidad de articular un discurso integrador. Mira una y otra vez al pasado. A cambio, no asusta a los votantes moderados y cae bien a los trabajadores de los pocos Estados en juego en los que se decidirá la elección presidencial. Debería elegir un buen candidato a vicepresidente y al menos pretender que su ticket no es el resultado de una pésima gestión política de las primarias.